Presentación Primera Piedra de Edu Barreto. Kalima, 18/01/2019 - Montevideo
Hace unos modestos años ya transformados en décadas que estudio la
literatura de manera académica, con sus cánones, sus corrientes, sus épocas,
sus estatutos de ficción, por lo que se puede inferir que es, pasados tantos
años, inusual sorprenderme fácilmente con una obra o encontrar la novedad,
especialmente en una obra de poesía, cuyo lenguaje tiende a perder complejidad
en cuanto a su alcance, su capacidad de representación –y esto es un juicio de
valor personal sobre un asunto estético mucho más amplio, que no tienen por qué
compartir, claro-. Edu quiebra esa perspectiva. He leído sus poemas, lo he
escuchado recitarlos, por eso tenía mucha confianza y expectativa depositada en
esta obra y ambas fueron colmadas y excedidas por la calidad literaria de esta Primera Piedra. El arte es, entre tantas
posibilidades, una manera de acreditar, de reflexionar, de simbolizar la
experiencia, de evidenciar los contenidos internos del artista. La forma de la
poesía lírica, la más ardua, es la que eligió nuestro autor para comunicarnos todo
eso. Primera Piedra es un sutil
trabajo sobre el lenguaje, integrado a un tejido figurativo coherente, de filiación
clásica por momentos, que también, oportunamente, se nutre de una terminología
contemporánea.
Jorge Luis Borges decía que al final el arte se reduce a unas cinco o
seis metáforas. Consciente (o no) de ello, la intuición de este autor sabe,
porque conoce la tradición, cómo tomar esas metáforas y darles una perspectiva
original y personal. Por ello este título, Primera
Piedra, es tan sugerente en cuanto a su alcance semántico y el autor sabe
aprovechar y sacar partido de sus posibilidades. Es, sí, una cita de aquel
episodio del Evangelio de Juan, “Quien esté libre de pecado, que tire la
primera piedra”, pero alude también a una postura vital, a una elección, a una
perspectiva, a un acto subversivo. Esta piedra
no solo está en el título, sino que recorre todo el libro como figura sólida
que sustituye a la propia voz lírica, es el logos que cobra vida y muta en cuerpo
poético. Juan Cirlot sostiene que la piedra es “un símbolo del ser, de la
cohesión y conformidad consigo mismo”; representa el deseo de permanencia y
también, de pertenencia a un estado de cosas: “soy piedra/ bañada por mar
tardío” dice nuestro poeta en el poema titulado En el punto.
Ante la solidez del mineral, aparece un elemento capaz de moldearlo (y
de destruirlo), de larga tradición literaria, mitológica, religiosa, mística, que
es el agua. Vida y muerte, peligro, aventura, mudanza, oscuridad y
transparencia; en fin, aparece en sus múltiples matices y cualidades. No en
vano el libro tiene un paratexto en forma de subtítulo, que, como aquellas
viejas alegorías literarias, nos va a guiar en la lectura, aunque no va a ser
una lectura restringida, sino una abierta a la pluralidad, porque en cuanto a
interpretaciones es polisémico. Este símbolo abre el libro y configura una red
con imágenes que le son sucedáneas. Aquí siguen un rumbo invertido al de
aquellas coplas de un famoso palenciano. El mar está en el interior de la voz
lírica, primero, es el agua de la memoria; luego se expande hacia un límite o
un margen que es la costa, después, el mar que casi regresa a ser río y se vuelve
hacia el ser adquiriendo nuevas fuerzas. Y entre medio, la escarcha, la
humedad, la lluvia (“Escampó. Pero dentro de mí/sigue lloviendo”), la espuma, imagen
del erotismo y de los márgenes de una búsqueda física a la vez que espiritual.
Y todo en correlación y armonía con las otras imágenes mayores (que, para darle
la razón a Borges, al final se reducen solo a un tópico: el del agua). Es que
el poemario, si no es cerrado en cuanto a sus interpretaciones, funciona de
manera unitaria en su recorrido metafórico. Es un concepto, un tejido que
avanza hacia una búsqueda de algo otro,
cuya materialización es un cuerpo y un nombre que, casi como una clave mágica,
misteriosa, no se nombra. Es que el antiguo ideal de simetría, de perfecta
armonía, de ecuanimidad entre el nombre y la “cosa”, se ha roto
definitivamente. El lenguaje, la palabra, no puede alcanzar la realidad que
quiere nombrar: “El hambre acabó/con las palabras” (Domingo), el lenguaje insuficiente, agotado, no es capaz de nombrar
absolutos ni de abarcar todavía a ese otro.
Cuando leí por primera vez este libro, creí vislumbrar
un sistema que respondía a un itinerario poético circular. Una poesía del yo, impulsada por la
energía vital incontrolable: “Escribo como amo, a tientas, sin puntos, solo
siguiendo señales” (A tientas). La del tú, luego, que invita a “Sumergirse en
aguas tranquilas”, a “Zambullirse/ dejar la piel/ disfraz barato”, a
aventurarse, a animarse a indagar en lo desconocido y peligroso. La del despojo,
más tarde; territorio que el yo descubre y describe casi como un descenso al
Infierno en el poema Fondo: “La caída fue larga y dura/
con metros y metros de heridas./ Así cuando me busques/el fondo terminará/por
enterrarme”.
Al final, la inflexión sobre la violencia y la propia
conciencia del cuerpo y sus márgenes; también del deseado: “Nunca dije tu
nombre./ Mañana sigo ensayando/el monstruo que mejor me queda”. Este poema es Disfraz y creo que es, además de bello
en el conjunto de sus versos, el que mejor define aquel paratexto que nombré al
comienzo y que ahora sí voy a referir: poesía
gay bajo el agua. Creo que es el que pone en juego otro sentido de la
popular metáfora coloquial, tirarse al
agua: es jugarse por lo otro que subyace en el título, tomar el riesgo
aceptando una condición, una esencia propia, sin dejarse vencer, sin claudicar: “A la noche fui un
torturado:/ caminé sobre vidrios rotos,/ vendaron mis ojos para ejecutarme,/ recibí
golpes/ no conté lo que sabía:/ perdí sangre, dientes”. Esa es la fuerza que
impulsa al yo hacia su propio eje, hacia su propio mar, en un movimiento
circular para regresarlo a su centro. Y, como decía
María Eugenia Vaz Ferreira en Barcarola
de un escéptico, “Entre la arena y las olas/Existen dos cosas solas:/ Morir
o matar”.
Edu Barreto ha construido una obra bella, íntima, con
un manejo y conocimiento exquisito del lenguaje y del símbolo, y es capaz de
colocarnos o descolocarnos para transportarnos a su universo lírico personal.
Es una obra que invita al riesgo, a mirarnos más despojados, a tomar partido, a
animarnos a buscar verdades trascendentes y no quedarnos en el fondo. Si “Respirar
es llenarse con palabras/ de otros” (Cerca
de las 2), los convido, entonces, a correr el riesgo y animarse a respirar
sus palabras.
Andrea
Arismendi Miraballes.
Mdeo.,
17/1/2019
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