Horrible
Ayer, un poco de noche se coló en el enrejado del recuerdo
y quedó atrapado entre tu nombre y las horas rotas.
Intenté sacar sus estrellas, su mancha lechosa
pero gruño con fuerza,
tiñendo las uñas de angustia,
saltando como orangután en celo.
Horrible todo, por que ni el pétalo, ni la cáscara,
ni el limón lograban liberar al engendro.
Saqué los ojos de sus órbitas para alumbrar el camino de la sombra,
que ya era universo remendado.
Llamé a los tocayos,
trajeron sus frascos de moscas
y sus aerosoles con el color negro escapando por los agujeros,
pero nada.
Las arañas colaboraron, copiando tan vulgar tejido,
tan corriente artesanía,
pero la nada continuaba rotunda.
Ahí seguían: el recuerdo hecho tejido
y la noche, atrapada bestia agitada.
Tiré todo al agua,
que la densidad del espacio libere algo de espera,
algo de ese desamparo que por minutos
mostraba pequeñas luces, a través de la trama.
El teléfono indicaba una posible solución,
mientras que las flores del jarrón mudaban de lugar
evitando que el ritual no se vuelva cotidiano.
Cansado y sordo por los alaridos, decidí traspasar el recuerdo,
tu recuerdo, ante la advertencia de los tocayos,
de las arañas y del resto de los objetos inseguros.
Amaneció.
La quietud lanzó su manto sobre toda la escena,
alcanzando incluso el horizonte y un poco más.
Las horas enyesadas empezaron a caminar,
el pétalo volvió a ocupar su sitio.
De la bestia y de mí sólo quedaron cáscaras,
pequeños papeles, polvitos de colores.
Y el tramado, unido al silencio con los nombres desteñidos,
esperando volver a ser escritos.
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